Sé que no tenía ningún tipo de sentido.
Me refiero al día que me desperté y decidí que no me gustaba esa camiseta de la rana Gustavo que tienes. Sí, esa verde y enorme.
Cabríais dos como tú. Y voy más lejos. Cabríamos dos como yo.
No soy gordo, no. Pero esa camiseta sí.
Pues eso. Esa camiseta no debía estar entre tu ropa. Es como un gallo en la ópera o una falta de ortografía en un diccionario. No lo entendía.
Y sé que no tenía sentido. Soy así. O lo tomas o lo dejas.
De acuerdo, no soy Dios, ni tu padre para decidir que llevas o no. Pero esa mañana, cuando me levanté y te vi tirada en el suelo, llorando por nada y te vi con esa camiseta puesta pensé Puto gordo.
Recuerdo la cara de horror que pusiste cuando cogí las tijeras y me acerqué a ti.
Me sigue doliendo la cara y los... pues eso. Que no eres precisamente débil.
Pero no hice nada en ese momento. Seguí rompiendo la camiseta, aunque sabía que no tenías nada debajo.
Bueno, vale: seguí rompiendo la camiseta porque sabía que no tenías nada debajo.
Fin.
Pensé que te irías tú antes.
Como si tú te rindieras a la primera.
Pensé Los dos somos solitarios. Nos es desconocida hasta nuestra sombra.
Pero tú seguiste luchando por los dos. Yo me rindo más fácilmente.
Recuerdo qué tomé la decisión cuando te fuiste a la cama, porque no podría haberte mirado a los ojos de haberlo decidido antes. Y me gusta mirarte a los ojos. Desafiarte.
Cuando te dormiste hice las maletas, y no pensé que esa mañana te despertarías al amanecer.
Vi en tus ojos que ya lo sabías
¿Desde hacía cuánto, Lucy?
Te gusta luchar batallas perdidas.
A mí me gusta huir de las guerras.
Somos parecidos cuando estamos sólos, juntos somos distintos.
Pero me lo pasé bien, Lucy.
Eso te lo concedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario