Me despierto cada mañana, confusa, frustrada y asustada. No me doy cuenta porque estoy acostumbrada a que pasen cosas, cambie todo y he aceptado que cuando el día termine, no será como cuando empezó. He aceptado que pasarán cosas. Pero cuando me quedo en la cama, después de que algo me haya afectado más de lo normal, con ganas de llorar y agotada. Cuando me cuesta ver que algo ha ocurrido, por mínimo que sea, y ya es de noche y yo ya no tengo nada que hacer, entonces el pánico me invade.
Me he dado cuenta de que voy a ser cirujana. Quiero ser cirujana y espero que esté en mis venas, porque lo voy a hacer por mi abuelo. Espero que esté en mis venas porque el cuerpo me da mucho asco y sé que en los años que me siguen, voy a comer poco y a vomitar mucho, probablemente en clase, o en la comida. Sé que habrá muchos factores: estrés, sueño, miedo, asco...
Pero aún así es lo que quiero hacer el resto de mi vida, y lo haré. Lo haré día tras día, noche tras noche, como lo he hecho hasta ahora. Aguantaré, como he hecho hasta ahora, y me da igual que ocurra en ese tiempo. Seré lo que quiero ser, algún día lo seré.
Me despierto cada mañana, confusa, frustrada y asustada. Pero no me doy cuenta porque tengo algo por lo que luchar.
Ha sido como si hubiera despertado. Abrí los ojos y me miré en el espejo una mañana. Me fui a donde tuviera que ir (ya no me acuerdo del destino) y mientras caminaba con los cascos puestos (no me acuerdo de qué escuchaba) pensé que me gustaría hacer lo que voy a hacer. Pensé que lo superaría todo, porque ya lo había hecho antes, y conseguiría lo que quiero. Por eso espero que esté en mis venas.
Porque sino lo está, tendrá que estar en mi cabeza, y mi cabeza está saturada. Está confusa, frustrada y asustada.