viernes, 30 de marzo de 2012

Prometido


A solas contigo. A solas con tus besos y con tus tonterías. Las que me hacen fuerte. Sabemos que mañana me iré lejos.
Desesperas. Un poco, aunque intentas que no se note. No querrás que me vaya. Aunque jamás lo admitas, la última vez dejaste de sonreír.
Y cuando te lleve conmigo, antes de que acabe la noche, dejarás de desesperar.
No tendrás fuerzas. Prometido.
No cuentes el secreto.
Y mañana estaremos lejos de este mundo, en un único mundo donde podremos estar juntos. Prometido.

jueves, 29 de marzo de 2012

Con tu ROCK DURO DEL BUENO y tus SUPER DÍAS

Deliro a tu lado. Contigo. Cuando me siento mal, pienso en ti. Cuando me siento bien, estás conmigo. Y sé que esta vez, fue la distancia la que hizo el cariño. Y tú, excéntrica, me haces ser un poco menos normal. Con tu ROCK DURO DEL BUENO y tus SÚPER DÍAS me enseñas a ser un poco más yo. Ahora dime, ¿qué te enseño yo a ti?

miércoles, 28 de marzo de 2012

¡POR FIN!

Cojo mi vestido, y mi mono, y mi falda... Todo me queda demasiado bien. A partir de hoy.
Pasan por delante, muchas veces, mi hermano, mi prima, mi hermana, mi madre, mi padre, mi primo, Guille, y, por primera vez en unos meses (se había ido a Estados Unidos) Chema. También se acercan a observar la perra, queriendo jugar, y la gata, más silenciosa.
Un millón de pintalabios, el rimel, y los polvos en mi cama. Y un montón de ropa.
Suena cursi, pero el sol brilla y de fondo se oyen los pájaros en un diálogo constante con el viento, que a su vez mueve las primeras flores de primavera.
El termómetro marca veinte grados y ¡Ah, se me olvidaba! Suena de fondo una de las pocas canciones de Scarlett Johansson: Relator, que sí, lo admito, contribuye a que todo sea mucho más bonito.
Y me gusta que todo me quede especialmente bien hoy (ayer todo era un asco).
Me he dado cuenta. 
Estaba tocando fondo. Me hundía en la miseria. Me estaba compadeciendo. =S
¿Y cómo voy a comerme el mundo si no paro de llorar mis penas? Mejor mandarlas a la mierda.
Y ahí va la frase que me tiene de tan buen humor:
No se me ve nada, mentirosa de mierda.
¡Hala! Ya está, ya me he desahogado.
Por fin me he dado cuenta de que mi actitud de "Pobre de mí" no era ni mucho menos comprensible.
Y he abierto las ventanas y he ventilado mi mente de una puñetera vez.
Complejos: fuera, fuera, que no os quiero ni ver.
Hola, Carlota. 
Entra volando y vence a la auto compasión.
Después te invito a un té con pastas. =)


sábado, 24 de marzo de 2012

Vestido de fiesta el principio de un siglo ya muerto.

Las luces del salón de baile alumbraban a medias a aquellos que asistían a la fiesta.
Vestidos enormes y extravagantes. Exóticos, simples, detallistas. 
Era un sueño del pasado para Madeleine. Ella veía ahora sus vestidos de colores guardados en un armario. Veía aquellos vestidos que solían llevar su madre, y sus hermanas. Recordaba la música que oía desde su habitación, cuando entraba su padre, le besaba en la frente y le daba las buenas noches, terminando así un día más en la perfecta vida de aquella niña.
Recordaba a Natasha, bailando con los hombres más guapos de la sociedad. 
Cassie con su prometido, queriéndose con distancia y frialdad. Lo que debía ser. Aunque luego se amaban como ellos querían.
A sus padres, orgullosos, hablando con los invitados de mayor prestigio, que ya no podían bailar.
Pero sólo los recordaba, al igual que aquel palacio de ensueño.
La guerra llegó pronto para la pequeña Madeleine, y con tan solo catorce años, ya tuvo que despedirse de su padre. 
La Gran Guerra lo inundó todo. Los periódicos, las cabezas, los libros, los ojos, las noches, los sueños y las pesadillas. Todo.
Y aquellos vestidos... eran tan viejos como ella.
-Están tan llenos de pólvora y sangre, como mis recuerdos...
-Abuela... ¿Cómo pasó? Era todo tan bonito...
-Nos despojaron de todo. El Zar había muerto, y todos lo celebraban. Me llevaron a París. A mí y a mis hermanas, y a mi madre. De mi padre nunca supe nada... Y llegaron los años veinte. El siglo, al igual que yo, ya había cumplido la mayoría de edad...Todo era París. Vestidos por la rodilla ¡Qué bonitos eran! Y yo, vestida así, iba a fiestas más modestas, menos cínicas y, sobretodo, muy europeas. El mundo era una locura en todas partes, y París se llenaba de todo tipo de locos. Picasso, Hemingway y tantos otros...
Pero para mí, aquellos años veinte sólo fueron un suspiro de alivio. 
Me casé y tuve dos hijos y una hija, pero, apenas disfruté de una vida pacífica unos años, llegaron los alemanes y me arrebataron a uno. A mi pequeño Sean. El más pequeño.
Apenas cumplía dieciséis años cuando, en un acto de valentía, consiguió que le fusilaran. 
Pero lo que Dios te da, tarde o temprano, Dios te lo quita.
Pasó la Segunda y, esperando una tercera, vista mi mala suerte, me fui cinco años a Nueva York. 
En ese tiempo murió mi marido, y me quedé sin marido ni hijo menor.
Al terminar el mandato de Truman, decidí volver. 
Volví sola. Tu madre se había casado al llegar en el 62, y John dos años después
Pasé los siguientes diez años en España, viendo pasar una dictadura. 
Y en 1964 volví a Francia. Quince años pasé allí, en el 79 volví a San Petersburgo.
-Felices ochenta años, abuela. Naciste junto a un siglo, y espero que lo veas morir.


miércoles, 21 de marzo de 2012

Un baile para Maggie

Maggie se dejó llevar. Louis la cogía por la cintura, la levantaba del suelo. La hacía volar. 
Daban vueltas en la hierba, bajo la luna.
Louis sonreía, mirando a Maggie soñar. Maggie no se daba cuenta de cuánto significaba para él.
La dejó en el suelo con delicadeza, sin soltarle la cintura y la acercó con dulzura hacia él.
-Siento que esta sea la última vez- murmuró.
Maggie negó con la cabeza y cerró los ojos. Lloraba.
-Jamás será la última vez. Jamás habrá un último baile. Porque hasta cuando baile con mi muerte, tú me levantarás del suelo y me harás tocar las estrellas. Jamás me dormiré. Mientras me mantengas despierta Mientras me ames.
Maggie gimió. Louis la abrazó más fuerte y le rozó los labios.
-Cierra fuerte los ojos, Louis. Ciérralos e imagina que yo sigo aquí. 
Si una vez Louis sintió la pausada y costosa respiración de Maggie, ahora sólo podría recordarla.
El corazón de Maggie dejó de latir en su cuerpo.
A partir de entonces, latiría en el de Louis.
Cuando él abrió los ojos, la magia se había apagado para la luna y las estrellas. Sólo seguía existiendo en Louis. 
Y así habría de ser para siempre.

martes, 20 de marzo de 2012

domingo, 18 de marzo de 2012

Más o menos

Probablemente nadie entenderá que yo sea tan pesimista.
Pero nadie de los que estén leyendo esto podrán llegar a sentir lo que yo siento.
Dudo que sea algo que se pueda diagnosticar.
Es algo que jamás sabrán de mí.
Más bien es un sentimiento de catástrofe y horror que me oprime y me nubla la vista.
Que se lo lleva todo.
Sólo quiero cerrar los ojos y olvidarlo todo.
Siento que soy frágil y una maldita llorica.
Siento que ni yo misma me tomo en serio. Pero es tan real.
Es tan puntual y tan doloroso.
Sólo siento que estoy sola. Que no puedo contárselo a nadie sin que me tome por loca.
Unas ganas irrefrenables de agarrarme a un bote de antidepresivos. De esos que están repartidos por la casa.
Y no puedo, porque están tan lejos como la caja de pitillos de la esquina de la mesa, y el mechero de la encimera.
Están a un destierro absoluto.
Siento como si me dieran una segunda oportunidad cuando ya no me quedan balas para disparar, y sólo puedo  intentarlo con mis cortas y blandas uñas.
Mi salvación esta a mil kilómetros de aquí.
En un lugar pequeño, esperando.
Y el camino sigue, pero yo estoy descalza y mis pies se han quebrado con la última piedra del camino.
Es una sensación de no poder más, y necesitar seguir.
Una súplica desconsolada.
Eso es, más o menos, lo que siento.

Podría decirte un millón de cosas.

Podría decirte un millón de cosas. 
Podría, pero da igual. Porque sé que no lo leerías. Porque no te importo.
Porque estar contigo es como estar con una muñeca de trapo.
Por mucho que me importes, yo jamás te importaré más de lo que te importa leer o escuchar música.
Pero me da igual, porque necesito decirte, aunque no me escuches, ni me entiendas (igual que no entiendes a nadie) que me haces sentir mal. 
Ahora me siento sola, inferior, tonta, incomprensible e incomprendida. Culpable de un crimen que nunca se ha cometido. Protagonista de una comedia, pero sola en una habitación.
Sin preguntas sensatas que hacerme, ni respuestas ingeniosas que soltar.
Siento que he sido yo quien lo ha jodido todo.
Y sé que esto se ha jodido solo.
Y por tu culpa. Tuya, tuya y de nadie más.
Y sin embargo, me siento culpable.
Así que te odio, te odio mucho, pero sin querer. Te odio porque no sé qué me pasa, y tú eres la culpable perfecta.
Así que hoy te odiaré, e igual mañana te pediré disculpas. O tal vez no. Según me apetezca.
Y tal vez leas esto, porque, por una vez, te apetecerá pensar en mí, como tarareas una canción, o recuerdas una frase ingeniosa. Tal vez se te ilumine la cabeza y pienses "¿No soy importante para ella?". Y te des por aludida.
Tachán. Hoy estoy mal. Bueno, o eso creo.


Astro y Astronauta

Dos niños pequeños. Uno en cada ventana. Uno enfrente del otro. Sólo eran dos niños. Enrique tenía una capa de Superman a la espalda. Lourdes llevaba una tiara y los zapatos de tacón de su madre.
El sol saludaba y entraba por los rincones en las sonrisas inocentes de los pequeños.
En un papel, escrito con letra descuidada y grande, una nota.
"Te espero en la azotea en cinco minutos"
El ascensor era para mayores. Los niños subían por las escaleras, jugando y riendo.
-Ya verás. Ayer, como estabas fuera, subí yo solo.
Lourdes miró a Enrique, intrigada.
-¿Y qué has hecho?
-Un palacio. Es tan grande, que te perderás en él, y tiene de todo. Magdalenas, pasteles, patatas, batido...Em, todo lo que se te ocurra. Se ven las estrellas, y como ya sé cuál es la estrella polar, porque ayer me lo dijo mi padre, te la enseñaré.
-Pero Superman no vive en un palacio.
-Ni la bruja.
Enrique le sacó la lengua a Lourdes.
-Yo soy una delicada y amable princesa. Soy buena.
-Y yo salvo a esa princesa, y como te he hecho el palacio, merezco un sitio en él.
-Te dejaré.
Entre la tela y las almohadas de la tienda de campaña-palacio, se podía ver un pequeño agujero para ver el firmamento.
-Cuando sea mayor quiero ser astronauta.
Enrique miró a Lourdes, sonriente.
Lourdes pusó su cara de pensar.
-Yo seré una estrella.
-Y yo te iré a buscar.
-Pero a las cuatro y veinte, cuando no haya nadie.
-Vale. Y te llevaré a la azotea.
-Y desde allí iremos al Marte.
-Y a la luna.
-Trato hecho.
-Hay que cerrar el trato.
Lourdes entrecerró los ojos.
-¿Y cómo se hace eso?
Enrique se acercó a Lourdes, rápido y certero, le dejó un beso en la mejilla. 
Un beso que sólo significaba un "te quiero". Un beso sin complicaciones.
Lourdes se limpió la cara y miró a Enrique, enfadada.
-Eso no es cerrar un trato.
-Sí. Cuando dos personas se besan se prometen cosas. 
-¿Y qué cosas se prometen?
-Que se quieren, creo.



viernes, 16 de marzo de 2012

Finales

Abby no sabía terminar las cosas. Tenía miles de medios planes, medias cosas, medios sueños, y un quinto de vida, pero no tenía nada terminado.
Abby decía que era porque no le gustaban los finales.
Todos sabían que era porque le parecían la guinda en el pastel
Para Abby, un final era delicado, perfecto. El recuerdo de una bonita historia, y el olvido de una mala época.
El final era una página en blanco, dispuesta a dejarse pintar. Un nuevo principio, avocado a un nuevo final.
Los finales tenían un tacto suave y un olor dulce, pero al gusto eran amargos. Eran como el frío en la piel o el viento en la cara.
Y Abby no se atrevía a catarlos. Los percibía demasiado perfectos.

Alguien mejor.

Siempre hay alguien mejor que tú, 
pero es importante no saber quien es.
Porque ojos que no ven...

Scout

No sé que decir.
Me duele la cabeza y sólo se me ocurren tonterías. Se me ocurren, se me olvidan y no las puedo ni pensar.
Se me ocurren nombres sin historias. Personas sin pasado. Mi cabeza no quiere pensar en lo que pasó.
Es presente.
Y así nace Scout.
De ella sólo sé el nombre. Un nombre curioso, que salió de una película que vi el domingo. Por eso, Scout es como esa niña, que pregunta mucho y no se parece a una chica. Nunca llevó falda. El pelo como los Beatles.
Esa es Scout, por que no se me ocurre otra cosa.

jueves, 15 de marzo de 2012

Ella, Eme, y el tipo de los ojos azules

Entra en la habitación. Huele a café y a tabaco. A una mala noche y a la colonia barata del supermercado.
Tiene a sus espaldas el sabor de los labios de una mujer de saldo. De esas que quieren por una noche.
Cierra la puerta y, sin mediar palabra, se sienta en la silla vieja de madera oscura.
-Ya lo sabemos. Lo sabemos todo.
Los ojos de Ella pasean por la habitación, ajenos a lo que oyen sus oídos.
-No sabes nada- murmura con odio.
Sin embargo, el tipo de café, tabaco, colonia barata, y chicas de saldo no es de esos que ponen las cartas sobre la mesa.
-Me lo ha contado Juno.
-Juno...
-Sí, Juno. Habla.
Ella se levanta de la silla y empieza a caminar.
-Era un simple trabajo.
-¡Que hables, joder!
-¡Cállate! ¡Cállate! Maldito rencoroso. Sé que llevas tanto tiempo esperando este momento... ¿Cuándo decidiste ser el malo de la película?
-Exactamente cuando tú decidiste que eras la buena.
Los ojos almendrados de Ella estallan en lágrimas y el maquillaje le resbala por la cara.
Aún lleva aquel incomodo vestido de fiesta y esos tacones altos como montañas.
-Nunca me pongo nada de esto. Me gustan los pantalones pitillo, las sudaderas anchas y el pelo corto, a lo chico.
-Y las Vans y las Convers...
-Pero hace seis meses que no me corto el pelo, ni me visto como quiero.
-Porque tenías que ser otra...
-Muy distinta de la que soy.
-No sabes cuánto te odio, Eme Taylor.
-Tanto como me conoces ¿Cuándo decidí rendirme y llorar? Ya no puedes odiarme, ya no soy la misma.
-Odio a Eme Taylor.
-Yo ya no soy ésa. No sé serlo.
-Eres lo que eres. Tienes la misma voz, los mismos ojos, la misma forma de mirar. Respiras igual de lento, caminas igual de rápido...
-¿Y éso qué importa? ¡Qué importa! No importa nada. No importa porque ya no soy yo. No me reconozco. Esos ojos de los que hablas, nunca lloraron. Esa respiración jamás fue tan rápida y jamás caminé tan lento.
Ella se quita los tacones con rabia y los lanza contra la pared.
-¡Y todo por estos zapatos!- grita. Se gira hacia el tipo del as en la manga- Todo por tu culpa. Tuya, tuya y sólo tuya. Ya no puedes odiarme a mí. Deberás odiar a Eme. Yo soy una llorica. Una niña mimada. No puedes odiarme por lo que hizo Eme.
Ella vuelve a sentarse y, apoyando la cara en la mesa, empieza a llorar desconsoladamente.
-Pues vuelve a ser Eme. Sal huyendo de aquí y déjame con la cara de imbécil que se me queda cuando te vas. Porque deseo a Eme tanto como la odio. Y tú ni me vas ni me vienes. Haz que vuelva Eme, y que te lleve de aquí corriendo, descalza y con el vestido hecho un asco. Quiero a Eme Taylor aquí y ahora.
Eme levanta la cabeza y mira a los ojos al tipo de los ojos azules.






viernes, 2 de marzo de 2012

Lo veo todo de otro color

Mi tío suele dar a sus pacientes antidepresivos. Porque la vida se ve de otro color con antidepresivos.
Ahora tiene un pie roto y yo qué sé qué en el hombro, y me han dicho que vamos a ir de viaje y él se va a poner un efiajidfna (no sabemos como se llama el bicho ese) para poder venir.
Y yo estoy en la cama con fiebre, porque últimamente mis defensas están vagas, o en huelga, o lo que sea.
Pero no sé si es porque estamos en marzo ya, o si es porque alguien me ha puesto un antidepresivo en la comida, o si parece que todo lo malo quedará atrás con la entrada del calor. Pero hoy, todos los nombres me suenan a primavera. 

Promesas

Logan intentó mirar a Sarah a los ojos.
-Estaba...Bueno. Estaba pensando en pedirte perdón. Pero me da pereza, ya sabes.
-Claro que sí.
-Ya sé que lo he hecho todo mal. Joder, no sé hacer las cosas bien. No soy perfecto y cometo errores. No aprendo. La puta piedra no se quita del camino.
Sarah sonrió, un poco.
-Lo único que consigo es hacerte sonreír. A veces. A veces no. No cumplo mis promesas, así que tendrás que confiar en que quiero cumplirlas. Supongo que te has dado cuenta.
-Pero yo tampoco aprendo. Confiaré en tus promesas porque son lo único que me queda. Me agarraré a ellas como a un clavo ardiendo.
-Pues eso.
-Pues nada.
-Pues nada.