El sol saludaba y entraba por los rincones en las sonrisas inocentes de los pequeños.
En un papel, escrito con letra descuidada y grande, una nota.
"Te espero en la azotea en cinco minutos"
El ascensor era para mayores. Los niños subían por las escaleras, jugando y riendo.
-Ya verás. Ayer, como estabas fuera, subí yo solo.
Lourdes miró a Enrique, intrigada.
-¿Y qué has hecho?
-Un palacio. Es tan grande, que te perderás en él, y tiene de todo. Magdalenas, pasteles, patatas, batido...Em, todo lo que se te ocurra. Se ven las estrellas, y como ya sé cuál es la estrella polar, porque ayer me lo dijo mi padre, te la enseñaré.
-Pero Superman no vive en un palacio.
-Ni la bruja.
Enrique le sacó la lengua a Lourdes.
-Yo soy una delicada y amable princesa. Soy buena.
-Y yo salvo a esa princesa, y como te he hecho el palacio, merezco un sitio en él.
-Te dejaré.
Entre la tela y las almohadas de la tienda de campaña-palacio, se podía ver un pequeño agujero para ver el firmamento.
-Cuando sea mayor quiero ser astronauta.
Enrique miró a Lourdes, sonriente.
Lourdes pusó su cara de pensar.
-Yo seré una estrella.
-Y yo te iré a buscar.
-Pero a las cuatro y veinte, cuando no haya nadie.
-Vale. Y te llevaré a la azotea.
-Y desde allí iremos al Marte.
-Y a la luna.
-Trato hecho.
-Hay que cerrar el trato.
Lourdes entrecerró los ojos.
-¿Y cómo se hace eso?
Enrique se acercó a Lourdes, rápido y certero, le dejó un beso en la mejilla.
Un beso que sólo significaba un "te quiero". Un beso sin complicaciones.
Lourdes se limpió la cara y miró a Enrique, enfadada.
-Eso no es cerrar un trato.
-Sí. Cuando dos personas se besan se prometen cosas.
-¿Y qué cosas se prometen?
-Que se quieren, creo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario