Pero sin embargo, era buena. Y era buena, porque alguien tiene que serlo, porque alguien tiene que fingir que no tiene trapos sucios, alguien tiene que llorar por las injusticias.
Mía hacía bien de buena, no cometía errores fatales y sabía inventar Países de Nunca Jamás.
De eso estaba segura.
Pero...
-¿Qué pasaría si prefiero tener un pasado oscuro?
Se sentó en el enorme y mullido sillón, frente a la chimenea.
Don le miró sin comprender.
-No creo en los buenos. No creo en la felicidad de los buenos. Aunque haya nacido para serlo.
Y no podía soportarlo más. Ella quería tener ideas, llevarlas a cabo, equivocarse, tener la culpa, odiar a sus propios malos, que nadie la comprendiese, que nadie la quisiera, para no tener nada que perder. Que le tuvieran miedo, que hubiera silencio allí donde ella entrara.
-Por eso no quiero seguir siendo Blanca Nieves. Quiero ser la bruja. Darle la manzana.
-Y morir al final del cuento.
-Y perder. Me gustaría perder de vez en cuando.
Ser la sombre en lugar del sol.
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