lunes, 6 de febrero de 2012

Ángel de nieve

Me detuve a sentir el frío que pasaba del aire a mis venas sin permiso.
Lonely no paraba de parlotear, pero yo no estaba por la labor de escucharla.
-Jake, ¿me estás escuchando?- me miró con exigencias.
-No- contesté. Se giró, callada y empezó a andar dos pasos por delante de mí, a toda pastilla.
Sabía que se había enfadado, pero me daba igual, porque a veces era tan terriblemente humana, que se volvía aburrida.
-¿Qué pretendes hacer aquí? No podemos dejar el Ferrari solo- grité desde atrás.
No contestó. Seguía enfadada. Tampoco la veía, así que no supe que estaba haciendo.
Seguí caminando así como diez metros por la nieve y me encontré a Lonely tirada en el suelo.
-¿Qué haces?
Sacó la cabeza de la nieve y me miró como si fuera tonto.
-No, no sé por qué tienes la genial idea de tirarte en la nieve.
Su expresión cambió a una severa preocupación.
-Jake, ¿no sabes qué es un ángel de nieve?
Su pregunta me aturdió. Me aturdió mucho.
-Sí, pero...
No dije más, porque no sabía que decir.
A ella le bastó.
-Es una de las cosas que nunca hice y siempre he querido hacer- dijo hundiendo de nuevo la cabeza en la nieve.
-Me sorprende que lo hagas bocabajo.
Pero no me escuchó. Empezó a mover las piernas y los brazos de arriba a abajo y en la nieve se empezó a dibujar una figura un tanto amorfa.
Cuando consideró que había terminado, se levantó sonriendo y me miró contenta.
-Precioso.
-Sí- murmuré. A veces hay que saber cuando decir pequeñas mentiras sin importancia.

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