Cerró los ojos, con cuidado, respirando con suavidad. Abrió los ojos.
-Cállate, Santi, estoy a nada de sacar la puñetera pistola y meterte una bala en la cabeza para comprobar si tienes cerebro.
-¡Alarm, alarm, fárrago, fárrago!
Sacó de su sitio su pistola y le apuntó a la frente. Él hizo lo mismo.
-Eh, Madrid, no te pongas farruca- dijo.
Santi era el único que la aguantaba. Se atrevía a sacar de sus casillas a la asesina, a la mala, malísima.
La única mala que siempre se salía con la suya, porque se creía buena. Porque eso es lo que cuenta, ¿no?
Guardó el arma en el estuche de su cadera y se sentó en el suelo a esperar.
Santi se apoyó contra la verja con aires de superioridad y empezó a canturrear una canción. Una de esas que Madrid no podía ni nombrar:
-Hoy voy a decirlo, como me amo, y tú ya no puedes haaceermee daaañooo. Sooy un ser divinoo. Ven a adorarme. Que buena suerte amaarmeee taaaantooo.
-Cállate Santi- farfulló Madrid, rascándose el brazo, donde tenía el sarpullido de dermatitis atópica (¿?).
-Pues deja de rascarte, te haces sangrar. Además, la canción es la hostia, no me lo niegues.
-No me obligues.
-Te obligo.
-Es una mierda con mayúsculas y en luces de neón.
-El neón mola. Sobre todo si es rojo.
Madrid se levantó de un saltó y empezó a pegarle puñetazos en los brazos sin parar, como una niña enrabietada.
-¡QUÉ TE CALLES!
:)
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