Se sentó a la barra, sucia y mojada por el paso de muchos parroquianos que, habitualmente, lloraban sus penas allí.
El camarero, rudo, gordo y algo pervertido, la miró directamente a los sitios prohibidos, pero Dédalo no se corto un pelo.
-No me mires las tetas. No me van los calvos. Quiero ron. Sólo.
El camarero la miró anonadado y se dirigió a cumplir con lo que la extraña clienta le pedía.
-No eres de aquí, ¿verdad? Se te nota en el acento.
-Hoy soy de aquí, de donde piso.
me encantó. somos de donde pisamos, sí señor
ResponderEliminarbesos
Claro que si, somos de donde pisamos
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